martes, 23 de febrero de 2010

Los abrazos de la cumbre de Cancún


Lejos quedaron, al menos en apariencia, las diferencias que han surgido entre el presidente Felipe Calderón y los mandatarios del subcontinente, quienes desfilaron con saludos en este balneario.

Forma es fondo. Y en Latinoamérica el recuerdo es corto. “¡Viva México!”, grita Hugo Chávez con la mano izquierda en alto, minutos después de lanzar sus brazos sobre Felipe Calderón para estrecharle en un abrazo de oso que parece intentar borrar malos años de recuerdos, por supuesto hasta el uso de la imagen del venezolano –sin permiso– en la campaña presidencial del mexicano.

“¡Felipe!”, repite Lula da Silva, que jala hacia sí a Calderón para estrujarle como si Brasil y México jamás hubieran competido por un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. O por la secretaría general de la OEA. O por la Organización Mundial del Comercio. O por el liderazgo regional, pelea que nadie duda ya han ganado los sudamericanos.

Rafael Correa de Ecuador no da un abrazo porque viene en silla de ruedas (su rodilla derecha acaba de ser operada en La Habana), pero se pone de pie y cojea para posar para la foto. No menciona, claro, el caso de Lucía Morett y los estudiantes mexicanos que estaban con las FARC en territorio ecuatoriano (aunque hoy habrá de hacerlo en un encuentro privado con los padres de la universitaria).

“Señor presidente”, responde Calderón cuando Raúl Castro de Cuba le saluda, le abraza y le estrecha para convertirse en el primer mandatario cubano que visita México desde que su hermano, Fidel Castro, abandonara Monterrey en 2002 luego de comer… e irse.

Vaya, hasta Cristina de Kirchner, en vestido primaveral, aprovecha para saludar de beso en la mejilla al presidente mexicano. De la discriminación a México por el brote de influenza del año pasado, los cierres de vuelos y hasta cancelación de partidos de fútbol, no se hace alusión alguna.

Esa es la tónica de ayer: la izquierda latinoamericana, los chicos malos que suelen pelearse con quien lo pida y que en más de una ocasión han trabado espadas con gobiernos mexicanos panistas, vienen con bandera blanca desplegada y ramos de flores en las manos.

Quizá por eso el mandatario mexicano se vuelve blanco de palmadas, de apretujones, de mimos, de cariñitos, de mensajes corporales que apuntan hacia que, al menos por hoy y por ahora, el ala ruda del continente quiere llevar la fiesta en paz, sin aspavientos.

Ocho años después del “comes y te vas” de Monterrey, cinco más tarde del “no se meta conmigo, caballero, que sale espinao”, de Caracas y otros cinco del “ocúpese de México, que a mí me votaron los argentinos”, de Buenos Aires, el gobierno mexicano puede presumir que tiene nuevos amigos. O menos enemigos. El Bronx latinoamericano.

“Chávez es Chávez”, dice un periodista venezolano. Y a donde llega ofrece un espectáculo único en América Latina. Showman consumado, el líder vitalicio del barrio bravo latinoamericano hace de su visita a México un despliegue de carisma, de alusiones a la cultura mexicana, de sonrisas, palmas y pulgares en alto.

22:35 de la noche, domingo: Chávez canta “México lindo y querido” a su arribo a Cancún. “Vengo a honrar a ese huracán que fue Pancho Villa”, bromea como no bromeando con su boina roja.

Ya en lunes, ya en la Cumbre de la Unidad, se sienta al lado izquierdo del salón de plenos. Todo el bloque revolucionario se arremolina en torno suyo y de Castro. Correa, Evo. Daniel Ortega de Nicaragua.

Bronx es Bronx y aunque todos son amigos, hay quienes son más amigos que otros.

Una foto más con la izquierda latinoamericana antes de arrancar la cumbre de mandatarios. Viene Evo Morales, presidente boliviano que unas horas antes ha estado en Coyoacán, con el PRD, con Marcelo Ebrard de quien ahora es amigo predilecto y hasta huésped distinguido. Pero con Calderón no hay ni habrá abrazo efusivo. Y más bien es uno discreto. Desabrido. El presidente mexicano mantiene al de Bolivia a distancia, sin contactos, con los brazos rígidos y marcando diferencias claras.

Tres segundos para la foto y váyase a otra cosa: Calderón despide breve y fríamente al sudamericano. Porque el cariño, el amor, la buena vibra, el latinoamericanismo tiene sus límites. Y termina en donde comienza la política interna.

Playa del Carmen

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